lunes, 8 de julio de 2013

GÜATE, AQUÍ HAY JITOMATEEEE!!!

A las siete en punto de la mañana amanece en el DF. A esa hora la ciudad está aun quieta, la Avenida Ejército Nacional vacía, con algún coche esporádico que la atraviesa. No se oyen sirenas ni de la policía ni de las ambulancia de la Cruz Roja de México que vienen a arribar a la sede que tenemos en frente de casa. Solo se oyen los pajaritos en un concierto bien variado de trinos, porque siendo esta una urbe descomunal y brutal, está llena de vegetación, cualquier delegación cuenta con sus altísimos árboles, y con sus parques, y las aves son sus habitantes naturales. Algunos parques son enormes como el Bosque de Chapultepelt o el de Las Lomas, otros más modestos peros espolvoreados cada varias cuadras (manzanas).
 
 
Los pajaritos de estas latitudes merecen un estudio aparte, que cuando pueda os contaré, pero me temo que necesito tiempo para familiarizarme con sus especies. Suenan a cotorras y loros muchos de ellos, pero cuando los he podido observar de cerca, he visto que son canarios, una especie de tórtolas de menor tamaño y gorriones gordinflones.

Sigo durmiendo poco. Puede que sea fruto del Jet Lag, como cree Dani, y que además mis nuevas costumbres y horarios estén colaborando a prolongarlo, pero lo cierto es que me he aficionado a estar desvelada en estas horas en las que la ciudad despierta y la casa duerme, en la que puedo estar un ratito tranquila con mis pensamientos, chatear con la familia y los amigos de España y ser plenamente consciente de lo afortunada que soy por tener la oportunidad de vivir tantas vidas y tan diferentes empaquetadas en una sola que casi seguro se quedará pequeña.

Mi felicidad está hecha de cositas pequeñas, de ratitos, no es un estado perpetuo, es una sensación de bienestar y calma chicha que a veces se ve desbordada por alguna emoción que te hace consciente de tu fortuna. Está asociada a pequeños placeres y momentos que despiertan los sentidos.

Y los sentidos hay que estimularlos. Un sentido que tengo yo muy desarrollado es el del gusto (no hablo del buen gusto, que eso es opinable, si no del gusto de las papilas). Si el dicho dice que a un hombre se le gana por el estómago, está claro que a mi se me pierde, porque en los aromas y sabores de un buen ágape desaparezco brumosa dejándome llevar.

México DF es una ciudad inmensa y cosmopolita acostumbrada a acoger a viajeros migrantes, en lo poco que me he relacionado con ella aun, descubro que está construída como otras ciudades mediterráneas que conozco, sumando y haciendo huecos, aunque esta ciudad ha peleado mucho por su independencia y su carácter, y muestra con orgullo sus señas de identidad: su bandera inmensa en el Zoco, sus nombres mexicas y sus serpientes emplumadas (me recuerda en eso mucho al carácter catalán y esa misma mezcla de orgullo y raíces y de generosidad me hace apreciarles).

Así, en las grandes superficies de esta ciudad una puede encontrar las mismas viandas a las que estaba acostumbrada en su lugar del mundo de origen: aceite de oliva, frutas y verduras, leche de soja si hace falta, embutidos de todo tipo, incluyendo el chorizo curado (aquí lo llaman “tipo Palacios”, porque el local es como el nuestro sin curar) y hasta jamón serrano. Hay vinos de todas partes del mundo, incluídos Ribera del Duero y Rioja, y en una franja de precios muy, muy similar a España. No hemos encontrado aun ese vinillo de tetrabrik manchego, fundamental para el tinto de verano, pero todo se andará. No encuentro tampoco el refresco de limón. Lo hay de todos los sabores imaginables y los inimaginables, pero aquí la lima en fruto es tan abundante y rica, que se ve que nadie se plantea comercializar una versión sucedánea con burbujas y azúcar, así que estoy arreglando mis cervezas claras con limón (champú) con un Sprite sabor lima que le da un aire aunque un poco más dulzón.
 
Resulta que vivimos en el barrio judío de la ciudad, lo sospechamos cuando empezamos a dudar si la kiphá y el gorro negro cordobés se habían puesto de rabiosa moda y actualidad. Nos lo confirmó nuestra casera cuando nos recomendó el mercado de los martes que los judíos arman en una calle enfrente de la nuestra. Así además a toda la oferta anterior hay que añadir una versión judía. En frente de casa tenemos un Burger King y a su lado un Kosher King (y un poco más allá mi taquería favorita: el Pozo del Gozo, ¡no me digáis que el nombre no es una declaración de intenciones!).
 
En nuestra misma calle, un poco antes de llegar al museo Soumaya (también conocido como museo Carlos Slim, porque alberga parte de su exquisita colección de arte privado. El nombre es el de la esposa difunta del prohombre), se encuentra incluso una delicatessen catalana que ofrece todos esos productos que a mi se me han hecho imprescindibles tras un año residiendo en Bonastre: butifarras de todos los colores, longanizas, fuets, sobrasadas...)

Pero no es lo conocido lo que excita mis papilas, es todo lo desconocido ofrecido aquí. La visita al hipermercado me aproxima casi al síndrome Stendhal.

Aun ando sobrecogida por la visita a la pescadería, con una cantidad de cangrejos, cefalopodos con y sin concha y peces que si yo había visto antes, debía de haber sido en el acuario del zoo, qué ricos todos además. Ya he probado a hacer un arroz con bivalvos y chili amarillo, y tengo en el congelador unos cuantos peces haciendo la purga del anisakis que en breve probaremos en ceviche.
 
La visita a los productos de carnicería elaborados son otro placer para la vista. Aquí puedes encontrar unas salchichas verdes requete verdes, como un marciano de la marvel, que llevan mezclado chile.
Pero lo que me tiene muda por la impresión es la cantidad de frutas nunca vistas, y hortalizas que no sé ni pronunciar ni cocinar y que me traigo a casa, pruebo en crudo y luego decido como las voy a aviar. Cactos, pimientos dulces de todos los colores y tamaños, jitomates (que son los tomates maduros mediterráneos) y tomates (que son unos tomates muy verdes y más pequeños, pero mayores que los cherrys). Chiles, el incríble mundo chile.
 
Si os gusta el picante, como a mi, aquí gozaréis. Porque el picante no solo pica, tiene sabor, aroma, deja regustitos en la boca diferentes según sea uno u otro. Los chiles se podrían dividir en dos tipos: los chiles rojos y secos o chipotles y que se obtienen fundamentalmente de los jalapeños dejados madurar y secar, aunque también se utilizan otras variedades como el chile pasilla, el morita o el mora. Estos chiles no sueltan su sabor picante hasta que se empapan, y a mi me encantan macerados con jitomate, un poquito de vinagre, un poquito de orégano, una punta de azucar y aceite, mmmmm! Me lo comería a cucharadas. Luego está el chile verde, que son las versiones inmaduras y frescas. A mi me gustan todos, cada uno tiene su gusto diferente, y preguntarme cual prefiero es como preguntar a un niño a quien quiere más si a papá o a mamá, o a mi madre con qué se quedaría si con su Samsung S1000 o con su Tablet.
 
El grado del picor se mide con una escala internacional que calcula cuantas veces debe diluirse un extracto en agua para que el picor desaparezca. Esta escala se llama SHU (Scoville Heat Unit). Por poner un ejemplo: el pimiento morrón tiene 0 SHU, el chile verde unos 1.500 SHU, los jalapeños entre 3.000 y 6.000 SHU, y los habaneros unos 300.000 SHU. Y luego ya los records: el Naga Viper tiene 1.382.112 SHU, y el más picante del mundo: el chile verde Escorpión de Trinidad con 1.463.700 SHU. Ahí es nada. Si estas variedades no están en el súper, entonces hay que ir a un mercadito de barrio. Y entonces os cuento de que mercadito me he enamorado yo.
 
A San Ángel se llega fácil desde nuestro barrio, el de Polanco. Tan solo hay que tomar el metro (un dato curioso, aquí el metro va muy, muy deprisa y sobre ruedas, no sobre raíles) y detenerse en la parada de La Barranca del Muerto, siete después de la nuestra y última de la línea. Debe su nombre, (que a mi me encanta y me hace entonar por dentro un “ron, ron, ron, la botella de ron”) a que lo que ahora es la avenida principal del barrio, antes era una barranca de unos 15 metros de profundidad. Estaba en pleno barrio de Mixcoac, que allá, hacia 1910 en el fragor de la Revolución, ambicionaban carrancistas y zapatistas. Los enfrentamientos tan frecuentes entre ambos bandos ocasionaban tantos muertos que muchos de ellos iban a parar al fondo de la barranca. La leyenda cuenta que las almas de estos muertos vagan por el barrio penando, algunos de ellos sin cabeza.

 
Bajándose en esta parada ya se empiezan a apreciar los puestos de mercadillo. Aun hay que caminar un poquito más. Es un buen trecho y si uno no es andarín o llueve a mares, como nos pasó a nosotros, se puede tomar un autobús (aquí llamados metrobus) o un taxi que hace el recorrido en un santiamén y por un precio inferior a 1,20€. Y entonces hay que detenerse en el Mercado de Melchor Múzquiz y quedarse mudo ante el gran mural que el mercado tiene en su portada. Mide unos 450m2 y es obra del artista mejicano Ariosto Otero.
 
Sus personajes (entre los que se encuentran miembros ilustres de la cultura mexicana como Carlos Fuentes, Octavio Paz o Juan Rulfo) cuentan la historia del comercio en México, reivindicando la justicia social que merece el campesino y por si esto no fuera poco, está realizado con técnicas y materiales tradicionales indígenas, respetuosos con el medio ambiente (ahí es nada). Sin saber todo esto, es igualmente bonito e impresionante.
 

El interior del mercado también lo es. Lleno de olores, colores, sabores, y todo tipo de productos, desde cazuelitas de barro hasta vestidos para festejar los 15 (años), la comida casera elaborada por la madre del restaurante riquísima y muy barata y abundante (¡yo no pude acabarla!).


En el DF existen infinidad de restaurantes con propuestas originales y chic y chidos, como lo existen en cualquier parte del mundo donde se instale un gran chef. Pero a mi me encanta comer en las cantinas de barrio, donde ofrecen “comida corrida” (menú del día) por unos 3€ y se cocina casero y como se ha cocinado siempre: los callos en una especie de sopa picante, los chilaquiles (nachos nadando en una especie de enchilada verde y caliente... y que acompañan la carne) los moles con chocolate (amargo, no dulce), los tacos del pastor... O en los puestos de la calle donde se puede comer y muy bien por poco más de 1€
.
Y después hay que pasear para ayudar al estómago a procesar tanto rico y contundente, y hay que callejear por sus empedrados, bordeados con casitas típicas y coloridas, y apreciar los escaparates, con sus galerías de arte, y sus propuestas bohemias (me he quedado enamorada de unos zapatos de cordones, tipo masculino, pero de mujer, de lentejuelas rosas).

Y sentarse en un cafetín con buenos amigos a charlotear, reirse, tomar unas micheldas (vaso de cerveza con jugo de limón, y el borde nevado en sal) y dejarse asaltar por la tuna cantando “Clavelitos” y “Compostelana”. Cuantos placeres disfrutados y cuantos aun por disfrutar (y ya sé que decirlo justo después de mencionar a la tuna es un contrasentido).
 



En fin, termino por hoy con mis descubrimientos básicos y fundamentales de supervivencia: al híper hay que ir en sábado, porque todas las firmas de alimentación promocionan y te invitan a probar todo tipo de cosas ricas, una en cada pasillo, así que primero picas unas verduras, luego unos taquitos, un poco de embutido adobado, o una carne asadita, y ya después un jugo, o unas frutitas, o unos yogures, o leche con sabores, solo hay que organizarse muy bien el orden de los pasillos y vuelves a casa con la comida hecha.
 
También hay que recordar que la lengua es un ente vivo que evoluciona de diferente manera según lugares. Las mismas palabras tienen distintos significados según la parte del mundo donde lo digas. Si para unos un capullo es un brote tierno evocador, para otros un presidente del gobierno cualquiera. Y ya sé que me repito, pero ni aunque se vaya con prisa, no se debe gritar a tu compañero de un pasillo a otro: coge tú los tomates, coge la leche, coge arroz, coge cervezas... porque verás como los padres huyen de tí escandalizados tapando los oídos a sus hijos y el resto se muere de la risa. En México solo se coge en la intimidad, no como nosotros.
 
Besitos.

sábado, 6 de julio de 2013

WELLCOME TO TIJUANA...


Queridos amigos,

No sé si es el Jet Lag lo que se ha apoderado de mi, o es que cambiando de continente no se cambia de insomnio.

Son las 6:15 a.m. Hora local del DF (las 13:15 en Madrid, hay que sumar 7 horas más) y ya he descubierto que aquí amanece tarde. Llevo danzando desde las tres y media (he deshecho todas las maletas, organizado los armarios, enchufado todo lo enchufable, preparado dos cafeteras, y redecorado el nidito en lo posible con los mimbres que me permiten los accesorios de esta casa y las tres fruslerías que me he traído de las vidas anteriores, para que estemos donde estemos, aunque sea en la otra punta, se respire cierto aire de continuidad.

En estas tres horas, he descubierto que mi admiración y aprecio por Dani crece, supongo que en la misma medida que aumenta su desesperación. Él no se queja pese al trajín, y sigue durmiendo a ritmo de alternancia entre respiración pesada y ronquido sin complejos. Solo una vez me ha dicho, “Lore, suavecito con los cajones, a ver si se van a quejar ya el primer día los vecinos”.

Debo aprovechar también para anotar rápido las primeras impresiones, antes que lleguen más primeras impresiones, y empiecen a empolvar éstas. Tengo la sensación de que me quedan por delante muchos meses de novedades tras novedades, que me van a tener ojiplática por fuera y por dentro. ¡Qué emocionante resulta esto de vivir así!, cuando una llega a los cuarenta y se cree que sabe algo, hace diez mil kilómetros y descubre que mucho de lo aprendido empieza a tener difícil aplicación.


Lo primero de todo, avisaros de que si vais a volar a México (por ejemplo a vernos) y no os queda más remedio que hacerlo en turista, como nos pasa a casi todos los mortales, y si además se puede elegir un poquito, hay que decantarse por Aeroméxico. Ellos si que saben y lo tienen todo previsto.



Ya de entrada, en la facturación del equipaje, te dan el primer alegrón. Donde el mundo mundial permite hasta 23 kg, ellos permiten 32 (¡bendita dislexia!). Con esto se desactivan de inmediato esas pequeñas diferencias de opinión intergénero que hacen que la experiencia y excitación del viaje pueda verse un pelín empañada. ¿A quien no le ha pasado que una maleta que cubica algo así como una hectárea, que se ha pesado varias veces, y que una puede jurar y rejurar que en casa en la balanza marca carrefour pesaba 23 kg justitos, resulta que en el camino al aeropuerto ha hiperdesarrollado y engordado hasta los 29 kg?. ¿Quien no se ha visto entonces en la necesidad de justificar por qué el cenicero de barco que tiene tantos kilómetros contigo como tus pies, o la taza de desayuno de Spiderman, o el imán de la nevera de la folcklórica y el folcklórico con espacio para las fotos de nuestras caras, que pone recuerdo de Chiclana, son realmente artículos de primera necesidad?. Qué amarga decepción esa en la que te das cuenta que tu compañero finge conocerte, pero en realidad no, o a lo peor, te conoce bien, pero aun tiene esperanzas... Pues Aeroméxico, conscientes, van y añaden 9 kg más y se ponen de su lado a las parientas femeninas (porque no nos engañemos, salvo rarísimas excepciones, las maletas femeninas suelen pesar bastante más que los equipajes masculinos).


Y falta hará ponerse de su lado a las parientas femeninas, sobre todo a las recién casadas en viaje de novios rumbo a Cancún y la Riviera Maya. Porque en su afán por contentar a todo el mundo, y en lo que para mi es otro acierto de esta compañía, los asientos de sus aviones están pensados para hombres. Antes de poner el culo en la base habilitada a tal efecto, ya tienes a tu disposición una mantita de forro polar, una almohadita con su funda blanca de algodón como las de casa, un antifaz y un kit de aseo dental. Unos auriculares y un megamando incrustado en el reposabrazos, que es a la vez selector de canales, interruptor de luz, y aquí está lo bueno, joystick para los juegos. En el respaldo del asiento delantero tienes una pantalla para ti sola, con un menú donde puedes elegir la película que tu quieras entre muchas muchísima y sobre todo de acción (buenísima la Última Jungla de Cristal que yo aun no había visto). Es decir, que ya no estás obligada a ver en esas pantallas comunales que siempre te quedan lejos lo que toque en el día, te guste o no, y allá sea Allien Vs Predator. También puedes elegir entre tus series favoritas (Big Bang Theory, Dos Hombres y Medio, DownTown Abbey...), reportajes de National Geographic y documentales varios... y por si Bruce Willis no fuera suficiente reto para perder a tu camarada antes incluso del despegue, una selección de juegos de consola brutales, lo más retro era el Tetris. Os aseguro que algunos recién casados hombres cuando llegaron al aeropuerto del DF, tras doce horas y media imbuidos en su ideal mundo paralelo, no sabían quienes eran ellos, y sobre todo no sabían quienes eran ellas, sus recién casadas mujeres, que les miraban ojipláticas y con los labios cicatrizados tras las mismas horas sin haberlos podido despegar para hablar con nadie. Yo misma tuve que volver a presentarme a Dani y preguntarle si estudiaba o trabajaba.

Lo demás está también muy cuidado: el director de la compañía dándote la bienvenida y despidiéndose en la pantallita, así como muy familiar. Es como si cada vez que entraras a un probador de Zara, te apareciera en el espejo un video de Amancio Ortega agradeciéndote la deferencia de haber elegido su establecimiento y no uno de Mango para ir a fundirte insensatamente ese dinero que no tienes. Todo un detalle...

La comida es como toda la comida de los aviones, escasa y de plastiqué. Pero antes de comer ronda de tekilas, cervezas, vinos, o zumos y refrescos. Después otra ronda, y luego otra ronda... y toda la bebida que tu quieras y sin tener que pagarla. Y durante todo el tiempo el personal de vuelo ofreciendo agua y más agua, que digo yo que sería para que no te deshidrates con esa resaca continua a la que te ves abocada casi sin querer. Que aquí es cuando yo pienso que qué suerte que Melendi, nuestro gobierno y la familia real vuelen siempre con Iberia...


Y al final, tras un vuelo tranquilísimo, en absoluto silencio, y con un record dificilmente superable de mínimas visitas al baño (es lo único que se puede hacer en un avión salvo estar sentado), se llega al DF.


Cuando todo el mundo te advierte de la espectacularidad de algo, es fácil que las expectativas se vean un pelín defraudadas, la imaginación es una herramienta muy potente. Sin embargo la aproximación desde el aire a Ciudad de México es sobrecogedora. Un par de datos: es la ciudad más grande del mundo, con 21 millones de habitantes, rodeada por varias sierras y volcanes, la propia ciudad es un estado en sí misma, pero su extensión es tal, que se adentra también en otros estados limítrofes. Es impresionante dejarse perder la vista en ese mar de edificios y construcciones, y vegetación y más construcción... delimitada y superando su relieve. Nosotros llegamos cuando estaba cayendo la tarde (que en esta tierra la tarde no se cae, se desploma, y en media hora deja de ser de día abierto y ya se está en noche cerrada).

Pero acabo de descubrir que aquí amanece igual y dispones de una única opción de foto para captar el mágico momento. Como quieras hacer una segunda, ya tienes el sol en todo lo alto del cielo. Pues aterrizar en el atardecer es especialmente bonito, cuando aun puedes apreciar con la vista la extensión de la ciudad que se pierde en el horizonte y no tiene fin, y además con todas las luces encendidas... indescriptible.
 
La siguiente impresión no es el clima (es ideal, por lo menos en julio, un calor fresquito, que te permite ir en manga corta sin asarte ni pasar frío), ni el olor, porque el aeropuerto huele a aeropuerto al final del día, y la calle a calle como la de Madrid (salvo cuando te aproximas a una Taquería, que entonces huele a gloria). De Cuba recuerdo como una impresión su olor, diferente a todos los olidos hasta entonces. Tampoco el dulzón del acento cantarín, porque para eso llevas doce horas oyendo a Bruce Willis y a Sheldon Cooper diciéndo “órales”. Es su gente, amable y encantadora. Seguramente por dentro serán como somos todas las personas, unos días un dechado de virtudes, otros que no hay quien nos tosa, y la mayoría una mezcla de ambos. Pero el trato es muy dulce, cariñoso, próximo y educado.
 
Un ejemplo. La casa en la que vivimos desde anoche tiene dos plantas y cuatro apartamentos, que aquí se dicen departamentos, y en moderno guay (guay se dice chido), depa sin más. Es un bloque cosmopolita ocupado por una argentina, un brasileño, un mexicano nacional y nosotros. En cada rellanito, tocando con la puerta de cada uno, nuestras arrendadoras, unas mujeres elegantísimas, guapísimas y educadísimas (todas las mujeres mexicanas se arreglan como si fueran María Félix) han ido colocando cuadros alegóricos. En el de Argentina un mapa del país, en el de Brasil, una pintura de la Bahía y el Corcovado, y en el nuestro tenemos un hayedo en los pirineos, una escena de La Rioja, y un cuadro partido mitad meninas, mitad retrato de Velazquez. No me digáis que no es un detalle.
 
Otra cosa que me quedó marcado, es que las calles están poco iluminadas. O mejor dicho, me he planteado si las nuestras españolas no están sobre iluminadas. En Madrid uno vuelve paseando hasta casa (mi último paseo fue desde el Bernabeu hasta la Torre de O'Donell) y no se da cuenta de cuando deja de ser día y empieza a ser noche, porque no bajan los lúmenes. Aquí no, aquí se ve bien, pero queda clarísimo que es de noche.

Otra más es que con todo lo que se habla de la peligrosidad del DF (que no digo yo que no lo sea, no vamos a andar provocando nada más llegar) uno puede salir a las 22:00 horas de la noche, local y pasear, irse a tomar unos tacos y un margarita (¡ay, que no os imagináis ni las ganas que yo tenía, ni lo riquísimos que están aquí!), y lo hace tranquilamente, cruzándose con jovencetes, que visten, caminan y que deben tener más o menos las mismas preocupaciones que nuestros jovencentes (o algunas cuantas menos, que esa es otra). Con personal de edad media, que regresa a sus casas de los trabajos paseando tranquilamente... y a partir de esta hora se anima la noche. Porque aquí muchos comercios cierran sobre las diez, y después es cuando la gente va a las taquerías, restaurantes... a tomarse unos tequilas y mezcales y unas chelas (cervezas). Así que cuando nosotros hacíamos el regreso a casa, es cuando todo se empezaba a animar.

El barrio donde tenemos la casa es un barrio pijo. Así, por dar un par de muestras. En el Centro Comercial que tenemos a la izquierda de casa hay una tienda de Chanel con unos neones bárbaros. La casa hace esquina con lo que vendría a ser la Castellana de Madrid (Avenida Ejército Nacional), y aquí parece que la ropa de Armani, Burberrys, Dolce y Gabana, y los Apples los regalan. De hecho creo que en nada van a empezar a mirarnos a nosotros como si fuéramos los peligrosos del barrio, y eso que venimos aleccionados y en una fase nueva y repulida totalmente inédita hasta el momento en nuestras vidas. Pero aprecio que esto no debe de ser exclusivo de nuestro barrio (aquí se llaman colonias y delegaciones). Los mexicanos se arreglan muchísimo y van siempre hechos unos pinceles, y esto vale también para las casas.
 
Nuestra casa es de estilo moderno. Muebles de diseño con líneas puras, iluminación empotrada en el techo... pero con un regusto mexicano: cada pared de un color y lo que es más sorprendente, con una textura de gotelé diferente (lo cual es utilísimo para cuando llegas a casa de noche con la visión perjudicada, que por el tacto puedes saber perfectamente si están en el salón, en el dormitorio o en el baño, y en según que casos, no conviene confundir).

Todo incluso los adornos y aderezos parecen recién comprados en el Zara Home. Y ayer pensaba que lo eran, ahora ya dudo, porque todo está envuelto en plástico: las tapicerías de las sillas (que debe de ser gloria bendita sentarse en ellas con el short del verano), las pantallas de tooodaaaas las lámparitas de mesa auxiliares.... luego revisando un poco te das cuenta de que no, que son fundas estándares que se ponen para que siempre luzcan como nuevas. A mi esto me parece un horror y voy a ver si puedo negociarlo, pero ya veremos. Por otro lado suerte que me he dado cuenta, y no me he liado con el cutter a desenfundarlo todo a las tres de la mañana.

El plástico parece que gusta mucho por aquí. Así también tenemos varias plantas de plástico, del tipo orquídea (que no molestan mucho, porque yo siempre he tenido que tocar las de verdad para saber si eran made in China) y un arbol indescriptible y de una variedad que creo que todavía está por clasificar, con tonos otoñales en las hojas que vienen a mezclar lo que a mi me parece follaje de chopo con follaje de roble, pero qué sabe una, y un musgo verde oscurísimo en la base, rebosando el tiesto de mimbre que deja salir un tronco fornido y rugoso, que vais a perdonarme la licencia, pero yo es que lo miro y me recuerda a un no sé qué púbico... que creo que por lo original y arriesgado de la propuesta, se va a quedar donde está y además le voy a ir adornando con lucecitas (que aquí se llaman "serie de Navidad" y cositas, que me invita a mi a esto.
 
Otra cosa más que marca la diferencia, es que donde en Europa encuentras carteles de cómo evacuar los edificios en caso de incendios, aquí los encuentras igual, y con un añadido aun más grande advirtiendo de como evacuar en caso de sismo (terremoto). ¿A qué impresiona?. El último fue hace dos semanas, 5,9º una cosa bien, lo justo como para enterarte y mucho, pero como para que no hubiera ni heridos ni daños materiales. Aquí se avisa, según me cuenta mi amigo Carlos, por todos los medios posibles, empezando por la TV, así tu estás viendo a Bruce Willis en la tele (es que después de tantas horas en mi vida, ya le hemos hecho casi de sangre) y de repente te mira fijamente a los ojos y te grita "¡ALERTA SISMO, ALERTA SISMO!" Y dispones de dos minutos para bajar las escaleras hasta la calle con los medios más rápidos de que dispongas, para unos serán los pies, para otras como yo casi seguro que el culo.
 
Y por último por ahora, una advertencia que todos los españoles traemos muy sabido, pero que se nos olvida nada más pisar suelo latino americano. Aquí la palabra "coger" tiene un significado muy diferente. No se coge el equipaje, no se cogen las llaves, no se recoge a nadie en el aeropuerto, y ni muchísimo menos se recoge ni a un niño ni a una abuelita cuando se cae al suelo, sin embargo si se puede agarrar, y si dudas, porque no parece muy preciso, entonces se "jala".

Y contado todo esto, me pongo los zapatos y me voy corriendo a la calle, que ya es hora normal y voy a ver si me lleno los pies de México antes de que comience mi jornada. Y porque justo enfrente (cruzando la Castellana) tenemos un centro de la Cruz Roja, con un montón de fornidos Cruceros Rojos, que acabo de descubrir, salen su patio que se ve desde mi ventana a esta hora a correr en formación gritando y contando cosas como los marines norte americanos ¡qué espectáculo, señoras y algunos señores!.
 
Un besito muy fuerte, y ¡VIVA MÉXICO CABRONES!